El optar por un diseño curricular basado en competencias implica un gran cambio en la educación universitaria, que supone pasar de la Universidad del enseñar a la Universidad del aprender.
En un sistema educacional tradicional, la entrega de conocimientos está fuertemente ligada al tiempo y se centra en el profesor, mientras que en un modelo por competencias el avance está determinado por el dominio de conocimiento específico y habilidades, y se centra, por tanto, en el aprendiz.
Muchas son las definiciones que podemos encontrar de ‘competencia’, como lo expone y ejemplifica José Tejada Fernández en el artículo “Competencias profesionales” (1999), donde hace referencia a veinte definiciones. De esta lista, me pareció más enriquecedora la definición de Le Boterf (1997:48) que define competencia como:
“saber combinatorio ... cada competencia es el producto de una combinación de recursos. Para construir sus competencias, el profesional utiliza un doble equipamiento; el equipamiento incorporado a su persona (saberes, saberes hacer, cualidades experiencia, ...) y el equipamiento de sus experiencias (medios, red relacional, red de información). Las competencias producidas con sus recursos se encarnan en actividades y conductas profesionales adaptadas a contextos similares”.
Al hablar de ‘competencia’ ciertamente estamos frente a una combinación o interacción de componentes personales (conocimientos, habilidades, actitudes), conductuales (acciones, comportamiento) y sociales (dentro de un contexto determinado). Un profesional competente, más allá de saber, debe demostrar que puede hacer uso de sus recursos, tener autonomía y creatividad.
En el contexto actual, globalizado, en el que la gestión y la productividad son factores claves, surge la importancia del currículo basado en competencias, como un enfoque más cercano a las demandas reales del sector social y productivo.
Este enfoque supone un cambio profundo en la docencia donde el estudiante es el actor fundamental de toda acción educativa y, por tanto, representa un gran desafío para nosotros como docentes. Implica asumir un rol formador diferente como generadores y certificadores de aprendizaje, con una nueva planificación, organización de la materias y formas de evaluación.
En nuestro caso, como estudiantes de primer año de este Magíster, estamos recién introduciéndonos en el estudio de este modelo, por lo que nuestro conocimiento del tema es muy incipiente, en otras palabras, aun no contamos con las competencias requeridas para ejercer nuestra labor docente bajo este enfoque. En este sentido, avanzar en nuestra capacitación y perfeccionamiento resulta clave. Vale la pena recordar que existe la tendencia a ‘enseñar como nos enseñaron’, y que sólo el cocimiento sólido en la materia, unido a nuestras habilidades, destrezas, actitudes y acciones puede contrarrestar esta tendencia. Le Boterf (1994), citado en el artículo mencionado más arriba, dice:
En un sistema educacional tradicional, la entrega de conocimientos está fuertemente ligada al tiempo y se centra en el profesor, mientras que en un modelo por competencias el avance está determinado por el dominio de conocimiento específico y habilidades, y se centra, por tanto, en el aprendiz.
Muchas son las definiciones que podemos encontrar de ‘competencia’, como lo expone y ejemplifica José Tejada Fernández en el artículo “Competencias profesionales” (1999), donde hace referencia a veinte definiciones. De esta lista, me pareció más enriquecedora la definición de Le Boterf (1997:48) que define competencia como:
“saber combinatorio ... cada competencia es el producto de una combinación de recursos. Para construir sus competencias, el profesional utiliza un doble equipamiento; el equipamiento incorporado a su persona (saberes, saberes hacer, cualidades experiencia, ...) y el equipamiento de sus experiencias (medios, red relacional, red de información). Las competencias producidas con sus recursos se encarnan en actividades y conductas profesionales adaptadas a contextos similares”.
Al hablar de ‘competencia’ ciertamente estamos frente a una combinación o interacción de componentes personales (conocimientos, habilidades, actitudes), conductuales (acciones, comportamiento) y sociales (dentro de un contexto determinado). Un profesional competente, más allá de saber, debe demostrar que puede hacer uso de sus recursos, tener autonomía y creatividad.
En el contexto actual, globalizado, en el que la gestión y la productividad son factores claves, surge la importancia del currículo basado en competencias, como un enfoque más cercano a las demandas reales del sector social y productivo.
Este enfoque supone un cambio profundo en la docencia donde el estudiante es el actor fundamental de toda acción educativa y, por tanto, representa un gran desafío para nosotros como docentes. Implica asumir un rol formador diferente como generadores y certificadores de aprendizaje, con una nueva planificación, organización de la materias y formas de evaluación.
En nuestro caso, como estudiantes de primer año de este Magíster, estamos recién introduciéndonos en el estudio de este modelo, por lo que nuestro conocimiento del tema es muy incipiente, en otras palabras, aun no contamos con las competencias requeridas para ejercer nuestra labor docente bajo este enfoque. En este sentido, avanzar en nuestra capacitación y perfeccionamiento resulta clave. Vale la pena recordar que existe la tendencia a ‘enseñar como nos enseñaron’, y que sólo el cocimiento sólido en la materia, unido a nuestras habilidades, destrezas, actitudes y acciones puede contrarrestar esta tendencia. Le Boterf (1994), citado en el artículo mencionado más arriba, dice:
“La competencia resulta de un saber actuar.
Pero para que ella se construya es necesario poder y querer actuar”